Las palabras y quienes las escuchan
Me reprochan que tenga este blog desatendido, pero es verdad sólo a medias: he pasado fuera toda la semana,y sólo ahora llego a casa y puedo escribir.
Han sido días de viajes y encuentros con lectores. Nada hay más satisfactorio para un escritor. Inicio el viaje en Zaragoza, de la mano generosa y lúcida de Ramón Acín, que trabaja codo a codo con el Gobierno de Aragón para fomentar la lectura entre los jóvenes. Quince años lleva trabajando hasta la extenuación en un proyecto maestro en el que participan ya doscientos institutos, todos de medios rurales. Me encuentro con alumnos de Barbastro, de Alcolea, de Caspe. En Alcolea y Barbastro, chicos tímidos, correctos, atentos, a quienes cuesta un poco iniciar el turno de preguntas, pero acaban participando con un interés que me conmueve. Y en Caspe, el apoteosis: un salón de actos con más de cien adolescentes que durante más de una hora me bombardeancon suspreguntas inteligentes, precisas, las preguntas de un lector atento, de una persona curiosa. Sus profesores han trabajado con ellos sobre dos libros míos, y ellos han preparado una presentación tierna, un power point y hasta una colección de marcapáginas alusivos a mi visita. Me siento como una estrella. He firmado casi cien libros. Caspe es un pueblo de ocho mil habitantes. Es un porcentaje optimista y halagüeño, que invita a soñar con un futuro de lectores que hagan de la lectura una parte de la rutina.
El programa de fomento de la lectura del Gobierno de Aragón está consiguiendo resultados espectaculares con un presupuesto razonable, alejado de las bochornosas cantidades que emplea el ministerio de culturaen las campañas televisivas - e inanes - del "vive leyendo" "si tú lees, ellos leen" y demás zarandajas. Esto no es metáfora ni prosopopeya: son varios cientos de profesores implicados en el asunto, y miles de chavales leyendo, comprando libros, formando en sus casas modestas bibliotecas que quedan al alcance de la madre, o de la prima, o del vecino.
Por la noche, llamo a Fernando Marías y le comento la jornada: "Fernando, con media docena de tipos como Ramón Acín arreglábamos el desastre". Fernando me da la razón, pero dice que primero habría que encontrar a esos tipos. Y luego, añado yo, desasnar a los políticos del ramo para que se sienten a escuchar, echen cuentas y dejen hacer a los que saben.
Recién llegada de Caspe me voy a Burgos a pronunciar una conferencia invitada por la Caja de Ahorros de la ciudad. La sede social, en la fastuosa casa del Cordón, es un perfecto ejemplo de rehabilitación respetuosa, de óptimo aprovechamiento de los recursos. Me escuchan cen personas, lo que no deja de sorprenderme: siempre me temo que mis charlas pueden estar vacías. Entre el público, los padres de Emma y los de Alberto, prolongando el feliz afecto que me une a sus hijos desde hace años. Al final me saluda un hombre que reconozco por la sonrisa en los ojos: es José Luis, que fue mi profesor de inglés en tercero de BUP. Regreso a Madrid en un taxi, entre una tormenta tenebrosa, agotada y feliz por los encuentros inesperados.
Hoy me llama Ana, mi editora. La tercera edición de "El inventor de historias" está ya sobre su mesa. Tengo que aguantarme las ganas de salir corriendo para ver con mis ojos la cubierta tatuada con el marchamo al uso: "tercera edición". No me lo esperaba, y ella tampoco.
Mañana, Llanes. Es lo que tiene el mes del libro: que uno tiene que conformarse con leer en los trenes, en los aviones, en las largas esperas, en las habitaciones de un hotel. Y, pensándolo bien, qué particular encanto tienen esas lecturas.
Para mis amigos de Madrid: el día 23 de abril estaré firmando libros en dos librerías madrileñas, y participaré con Raúl del Pozo y Montero Glez en una tertulia sobre Umbral. Daré todos los detalles el próximo lunes. ¡El San Jordi no se acaba en Barcelona!
Han sido días de viajes y encuentros con lectores. Nada hay más satisfactorio para un escritor. Inicio el viaje en Zaragoza, de la mano generosa y lúcida de Ramón Acín, que trabaja codo a codo con el Gobierno de Aragón para fomentar la lectura entre los jóvenes. Quince años lleva trabajando hasta la extenuación en un proyecto maestro en el que participan ya doscientos institutos, todos de medios rurales. Me encuentro con alumnos de Barbastro, de Alcolea, de Caspe. En Alcolea y Barbastro, chicos tímidos, correctos, atentos, a quienes cuesta un poco iniciar el turno de preguntas, pero acaban participando con un interés que me conmueve. Y en Caspe, el apoteosis: un salón de actos con más de cien adolescentes que durante más de una hora me bombardeancon suspreguntas inteligentes, precisas, las preguntas de un lector atento, de una persona curiosa. Sus profesores han trabajado con ellos sobre dos libros míos, y ellos han preparado una presentación tierna, un power point y hasta una colección de marcapáginas alusivos a mi visita. Me siento como una estrella. He firmado casi cien libros. Caspe es un pueblo de ocho mil habitantes. Es un porcentaje optimista y halagüeño, que invita a soñar con un futuro de lectores que hagan de la lectura una parte de la rutina.
El programa de fomento de la lectura del Gobierno de Aragón está consiguiendo resultados espectaculares con un presupuesto razonable, alejado de las bochornosas cantidades que emplea el ministerio de culturaen las campañas televisivas - e inanes - del "vive leyendo" "si tú lees, ellos leen" y demás zarandajas. Esto no es metáfora ni prosopopeya: son varios cientos de profesores implicados en el asunto, y miles de chavales leyendo, comprando libros, formando en sus casas modestas bibliotecas que quedan al alcance de la madre, o de la prima, o del vecino.
Por la noche, llamo a Fernando Marías y le comento la jornada: "Fernando, con media docena de tipos como Ramón Acín arreglábamos el desastre". Fernando me da la razón, pero dice que primero habría que encontrar a esos tipos. Y luego, añado yo, desasnar a los políticos del ramo para que se sienten a escuchar, echen cuentas y dejen hacer a los que saben.
Recién llegada de Caspe me voy a Burgos a pronunciar una conferencia invitada por la Caja de Ahorros de la ciudad. La sede social, en la fastuosa casa del Cordón, es un perfecto ejemplo de rehabilitación respetuosa, de óptimo aprovechamiento de los recursos. Me escuchan cen personas, lo que no deja de sorprenderme: siempre me temo que mis charlas pueden estar vacías. Entre el público, los padres de Emma y los de Alberto, prolongando el feliz afecto que me une a sus hijos desde hace años. Al final me saluda un hombre que reconozco por la sonrisa en los ojos: es José Luis, que fue mi profesor de inglés en tercero de BUP. Regreso a Madrid en un taxi, entre una tormenta tenebrosa, agotada y feliz por los encuentros inesperados.
Hoy me llama Ana, mi editora. La tercera edición de "El inventor de historias" está ya sobre su mesa. Tengo que aguantarme las ganas de salir corriendo para ver con mis ojos la cubierta tatuada con el marchamo al uso: "tercera edición". No me lo esperaba, y ella tampoco.
Mañana, Llanes. Es lo que tiene el mes del libro: que uno tiene que conformarse con leer en los trenes, en los aviones, en las largas esperas, en las habitaciones de un hotel. Y, pensándolo bien, qué particular encanto tienen esas lecturas.
Para mis amigos de Madrid: el día 23 de abril estaré firmando libros en dos librerías madrileñas, y participaré con Raúl del Pozo y Montero Glez en una tertulia sobre Umbral. Daré todos los detalles el próximo lunes. ¡El San Jordi no se acaba en Barcelona!
Etiquetas: Alcolea, Barbastro, Caja de Ahorros de Burgos, Caspe, El inventor de historias, Fernando Marías, Marta Rivera de la Cruz, Montero Glez, Ramón Acín, Raúl del Pozo